Y claro, ¿cómo
no iba a hablar solo don Filiberto Sala si había quedado solo como un hongo?
¿La señora? ¡Pobre Leonor! Se
había ido definitivamente “para arriba” años atrás. En cuanto a los hijos,
Beatriz y Germán, se habían casado y años después, con sus respectivos
cónyuges y críos emigraron al Viejo Mundo a “hacerce la Europa ”, o sea a correr la
liebre en gran estilo, la primera a España y el segundo a Italia. Apenas
escribían dos o tres cartas por año. Los dos matrimonios esperaban que él los
repatriara a su querida Argentina. Pero eso era imposible porque don Filiberto
vivía de los míseros pesos que cobraba de ANSES, y ni soñando podía
ahorrar un peso.
De la familia sólo quedaban él y
su fiel perrito caniche blanco como la nieve, que era su compañía inseparable.
Gerardo, así llamado el pequeño can era más que un verdadero familiar porque no
se separaba de él por nada en el mundo. Lo acompañaba a todos lados,
tanto a hacer las compras como en las diligencias. Si se trataba de una
oficina, el pobrecito no entraba; se quedaba sentado en la puerta y lo
aguardaba pacientemente todo el tiempo que fuera. A la noche se acostaba a sus
pies. Por eso decir que don Filiberto estaba solo era un decir de los amigos y
vecinos. No, con Gerardo no estaba solo. Conversaban todo el día, él con idioma
humano y Gerardo a su manera con sus gestos y con sus ojos que lo decían todo.
Esa mañana, como de costumbre,
tras la mateada de costumbre, en el fondo, debajo de la higuera, el amo abrió
el Clarín en las páginas deportivas que eran sus preferidas y empezó a leer a
media voz las noticias y chismes de esas actividades. Preciso es aclarar que
don Filiberto no estaba en condiciones de comprar el diario todos los días. Su
vecino Armando, que tampoco lo compraba, lo traía de su oficina y en el largo
viaje en tren se lo leía de punta a punta y después se lo pasaba a él.
Para no molestarlo todos los días, ya estaba convenido con aquél que se lo
deslizaba por debajo de la puerta de calle cuando pasaba para la Estación para tomar el
tren de las 8 y 20 que llegaba 8 y 30 si no lo cancelaban.
-¡Pero mirá vos! –
exclamó al leer el primer título en las páginas deportivas. - Ahora a Bernardi
lo pasan la primera división... ¡Y bueno, está bien! El muchacho está
demostrando que lo merece. A vos te consta, Gerardo, porque te ves todos los
partidos conmigo cuando juega un equipo de San Lorenzo.
Siguió
leyendo el diario y al ratito comentó escandalizado:
-¡Pero mirá vos! ¡Pero
mirá lo que dice acá! River quiere comprar a Tamburrelli de Chacarita. ¡Pero
están locos! ¡Si Tamburrelli es un ropero! Yo creo que vos, Gerardo, o yo, con
los ojos vendados, jugamos mucho mejor que él. Si me dijeran que tienen interés
por García Fuentes, por Claudio Fiésoli, bueno, vaya y pase… ¡pero
Tamburrelli!... ¿Por qué no se dejan de pavadas? ¿Pero dónde tiene el cerebro
esta gente, en los pies? Me extraña que el Director de River, don Fiáccolo…
Después dobló el diario en
varias partes dejando visible la foto del jugador mencionado y le dijo a
Gerardo:
-Acá lo tenés. Este, este es
Tamburrinelli. Decime la verdad, ¿no tiene cara de salame?
El perrito miró para otro lado y
bostezó como significando: “¡Dejame de Tamburrelli!”
Primo Di Martino: Nacido en Italia en 1925, emigró a la Argentina en 1935. Se dedicó toda la vida a la pintura, la literatura y la música. Hizo muchas muestras de sus obras en la Capital y alrededores, compuso música y escribió más de 60 libros, cuya mayoría se puede consultar en la Biblioteca B. Rivadavia de M. Grande.
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