lunes, 15 de septiembre de 2014

Mi Buenos Aires querido …

Rafael lívido, exaltado, bajó de su ostentoso auto de alta gama y le suplicó a Valeria su esposa:   Rápido, buscá a los chicos, llévate dos o tres mudas y anda a la casa de tu madre.  Quedate allí, yo pasaré después.
No, de ninguna manera, no has hablado nunca lo harás ahora. Que es lo que pasa? preguntó.  Van a allanar la vivienda y en este momento están haciendo lo mismo en las oficinas de Puerto Madero, hay una denuncia por estafa y enriquecimiento ilícito, contestó Rafael demudado  a punto de estallar.  Como?  Y vos que tenés que ver con estas denuncias – inquirió ingenuamente.  Y tus socios?  Donde están,  gritó desesperada.  No sé, no se los ubica. Todo fue un error, tenías razón, se lamentó Rafael en un agudo lamento.

 Había perdido su gallardía y su imagen de “hombre de negocios”. Ya no aplicaba  al hablar con ella códigos ni acertijos, ya no podía tapar ni comprar el silencio de nadie y los componentes de esa funesta hermandad secreta entre sus socios, ya no existía. El único que figuraba como responsable era él, todos habían desaparecido. Tanta ambición desmedida. Tanto deseo de poder. Estaba recogiendo el fruto de una vida regalada, mal habida y comprendía que perdía todo.  Principalmente su familia.  Valeria lo miró con rencor, recogió documentos de ella y de los nenes, algo de dinero y se fue con lo puesto. Gracias a las relaciones de su madre cruzó la frontera y se instaló un tiempo en Brasil. En la distancia sufrió lo indecible viendo la decadencia de Rafael, como profesional, como persona, como hombre….como padre. Detenido, sólo, sin el séquito de obsecuentes e interesados amigos, Rafael cayó en una profunda depresión.  Rogó a su madre se abstuviera de informarle algo de él. Pasaron los años, se trasladó a Estados Unidos, posicionada en  un excelente nivel laboral, sus hijos ingresaron en la universidad con excelentes resultados….pero en su mirada llevaban implícita la desilusión y el fracaso que tuvieron que soportar por la ambición de su padre y la tolerancia complaciente de su madre. 

No perdonó ni visito jamás a Rafael. Sigue detenido.  Los dos pecaron, el por ambición y ella por omisión. En el balance de la vida Rafael pagó con la prisión y Valeria con el destierro.   Sufrirán toda la vida la peor de las condenas. Su corazón llora cuando escucha los acordes de “Mi Buenos Aires querido, cuando yo te vuelva a ver…..”  

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