martes, 13 de mayo de 2014

La Mala Suerte

La Sra. Alejandra Anello ha sido distinguida con "La Orden del Banderín" por su obra en la Antolía Poética Internacional 2004 "La mala suerte"
Le agradecemos su valiosa colaboración.
                                                                     Miriam Orlando

       Y sí. Hoy quiero escribir en honor a esos días en que las cosas no salen bien. O no del todo. Digo, esto de esperar a que las cosas mejoren. Que cambien. Que sean menos repetidas. Él me había prometido que volvería. Dijo que en cuanto se desocupe de las obligaciones que tenía allá, nos encontraríamos. Pero, en el fondo, yo ya lo sabía ¿Por qué no hacer suposiciones? A ver, cómo no recordar cuando me dijo que yo era perfecta. ¡Perfecta! ¿Quién puede decir de mi semejante cosa? Sólo él y… ¡sin ruborizarse! ¿Cómo no se le ocurrió otro término? En fin, para qué pensar ahora en eso.
Si de todos modos, el idilio ni siquiera tuvo éxito. Y claro…. Con esa carita de ángel de media noche, él puede declarar todo lo que se le venga en mente. Pero yo ¿Qué soy? ¿Qué puedo ser para alguien que, realmente, es un santo? La nada misma. Eso soy. La nada. Vestida con ropa elegante, decorada y peinada ¡La nada peinada que todo hombre quisiera tener! Ja ja me engañó bien lindo. Y sí…todos me engañan. Yo con el amor, no tengo suerte. O sí la tengo pero mala, mala suerte es lo que tengo en estos asuntos. Dijo que en pocos días, diez o más, él volvería. Y volvió. Si, si, volvió como dijo. Sólo que ni me miró cuando pasó frente a mi casa. Él sabe perfectamente que estoy. Siempre. Aunque no quiera estoy, ya que necesito ayuda para salir de aquí. Entonces… sabía que yo estaba en mi casa. Lo vi pasar. Mis ojos no me engañaban. Era él. Con su mochila al hombro y su linda pinta de vagabundo errante. Simulando a esos marinos que se cargan un bolso a la espalda cuando bajan a tierra. Y ninguna tierra les pertenece porque lo suyo es el agua. El mar. Sólo van de paso a donde llegan y siempre se están volviendo. ¡Quién sabe dónde! ¿Dónde está el último destino del andariego? Así fue como lo vi pasar esa tarde frente a mi casa. Y sin embargo se muestra seguro. Sí, seguro de sí mismo. De lo que piensa. De quién es. A veces, me gustaría sentirme así. Pero yo no tengo la misma suerte. ¿Cómo voy a saber a dónde voy si no puedo moverme de aquí? Para mí no es tan fácil. La última vez que estuvo me dijo: ―Todo está en tu mente―. ¡Ah claro! ¡En mi mente! Como si el problema fuera mental. Yo no sé por qué quieren confundir así a la gente. Él sabe de mis fobias y no les da crédito. Ni si quiera escucha lo que le digo. Todo lo miro desde esta ventana. No está en mi mente, sino en esta sorda vida que veo pasar. La vida no es linda como la pintan algunos. Es un fracaso del Creador. Aquí lo que prevalece es la muerte, no la vida. Todos piden sangre. Pero él busca amor. De amor me vino a hablar esa noche. Yo estaba en otros delirios, pero nunca en ese. Y se enredó en un diálogo poético. Ni él sabía qué me quería decir. Mucho menos yo que ni creo en eso. Largaba incoherencias como escupitajos hacia el cielo. Decía que para él amar era comprometerse. Que él todo lo hacía desde el amor y ¡por amor! Pero que va, al rato ya me estaba hablando de otras. Yo no quise ni preguntar…si a fin de cuentas ¿Qué puede opinar alguien que no es suertuda en eso? No podía ayudarlo a aclarar sus fantasías amorosas. Y me hablaba del encanto de las mujeres sencillas. Simples. Honestas. Pero no sé de quiénes me estaría hablando porque no la nombraba. Tal vez le gustaba alguna chica ¿cómo adivinar? No sirvo para adivinar. Si hubiera sido más directo, más específico... Yo no podía entenderle. Y no le entendí. Él insistía en que yo no estaba atenta. ―Pero si siempre estoy atenta ―le dije― ¿a qué te referís?―. Y no supo explayarse. Él permanecía en ese espacio de las ideas ¿Dónde estarían sus pensamientos? ¿En qué mujer soñada y adorada? ¿En qué recodo de la memoria guardará tanto amor por alguien? Yo nunca tuve un hombre que me recuerde así. Que me vea así. Y él me decía que el hombre que está en mi futuro me va a amar, a esperar todo lo que sea necesario hasta que quisiera estar con él. ¿Y cómo lo sabe? ¿Acaso tiene la bola de cristal? No, no. Nadie puede predecir el futuro. Así que ¿Para qué preguntarle por qué creía eso? Si yo misma no lo creía y era suficiente. ¿Cómo explicarle que en cosas del amor, yo no tenía la misma suerte que él? Tal vez ni lo entendería. Él parecía encantado con algún influjo que yo no podía reconocer en mis archivos personales. Pero lo dejaba hablar. Y esa noche, del día que volvió, vino a golpear la puerta de mi casa. Me quería contar de su viaje a la gran ciudad. Me dijo que había extrañado el pueblo y todo lo que aquí lo hace feliz. Las montañas, el cielo, la presencia de Dios en esta bendita naturaleza. Él es muy positivo y todo lo ve colorido. Yo lo escuchaba, como siempre. Se puso cerca de mí. Me tocó el cabello mientras me preguntaba cuándo me lo había cortado. Lo miré sonriendo ¿Qué más iba a hacer? Un gesto amable para un amigo que vuelve. Denotaba una ansiedad diferente. Pero yo no sé leer demasiado el lenguaje gestual. Dicen que expresa más que las palabras. Debo reconocer que a mí me cuesta develar lo que no se dice. Nunca fui buena para eso. Seguramente hay gente más intuitiva, que entendería el significado de esa danza del cuerpo que emite ondas de alegría y gozo. Yo me limité a observarlo y escuchar su voz diciendo que él estaba decidido a ser feliz con alguien. ¡Qué afortunada será esa mujer! ―pensé― ya que el verdadero amor nunca tocó a mi puerta.
Fin

Alejandra Anello (S. F. V. de Catamarca, 1964)
Licenciada en historia en la U.N.C., docente y capacitadora. Ha publicado el manual escolar “Catamarca, antes y durante” (2000); “Familia indígena y Sociedad en el Curato de Londres (2001) Y artículos sobre su tema de tesis: cacicazgos y familia indígena (2002; 2007). Corazón de dragón, su primera narrativa de ficción, en 2013.

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